lunes, 15 de febrero de 2010

Palabras

Pétalos de rosas son tus besos. Lluvia de otoño con olor a tierra mojada. Néctar de dioses que endulza con tibio licor los labios que el tiempo resquebraja sin remisión. Llama que no se apaga en la noche oscura que precede a la noche eterna, la que cada día acorta indiferente su distancia, cercándonos, cerrándonos la salida. Poco importa que el tiempo nos asedie inmisericorde. Días luminosos suceden a otros, grises y anodinos, que se perpetúan en una cadena de incierto final. Qué más da que el horizonte se enturbie con crespones violetas de sombrías premoniciones y oscuros presentimientos, si del frutal de tus pechos ardientes crepitan ascuas que irradian luz. Si de tus muslos vivaces palpita la llaga cuya marca es invisible, más eleva hacia lo alto un latido de piedra ancestral que sabe a mar y a ambrosía. Gotas minúsculas que caen y se precipitan de la bóveda celeste cual estrellas fugaces que ningún ojo puede ver y que me recuerdan a cada pulso que yo te quiero y que tal vez te quise, y que tal vez vuelva a quererte. Que de tus labios entreabiertos y húmedos me quedé prendado para siempre, uncido por un cordel invisible a la seda de tu piel, que me trae a la memoria el sonido y el olor de lluvias antiguas y remotas, que emanan sin saberlo de tu herida abierta , que nos funde y nos confunde en cada encuentro fugaz . Una lengua de fuego que desafía a las tinieblas, que arderá, paciente y lenta, cuando ni tú ni yo estemos. Una dulce llamarada incandescente sin principio, sin final.

CYRANO

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