viernes, 5 de febrero de 2010

Siempre a tu lado

A los doce años te conocí y no pude resistirme a tu poder de atracción. Lo que en un principio fue como un flechazo, poco a poco, con el trascurrir diario, se ha ido consolidando como un gran amor sin fisuras, como una unión cautivadora... Ya llevamos veintitrés años juntos y sigo tan ilusionado contigo como el primer día....

En mi época de estudiante, junto a algunos de mis compañeros más cercanos, al salir del aula, en el parque colindante con el colegio, pasabas de mano en mano. Dabas la sensación de que lo que te importaba era hacernos despertar a los placeres de tu incipiente seducción, tan atrayente que eras capaz de satisfacernos a todos, en un espacio muy breve de tiempo. Tengo que reconocer en honor a la verdad, que fue bajo mi consentimiento y complacencia. Si te soy sincero, la palabra celoso no tiene cabida en el diccionario de mi vida. Nunca me ha importado compartirte. Jamás sentí miedo a perderte, porque enseguida me percaté de que yo era el que mejor te acariciaba, el que más te hacía vibrar...

Incluso hubo un día en que mis amigos de clase perdieron todo el interés por ti, por lo que ya dejaste de ser solicitada por ellos. Pero tú y yo, nos seguíamos viendo a solas, cuando los deberes del colegio me concedían un respiro.

Después de la adolescencia, me fuiste cautivando por completo, hasta el extremo de que ya me eras indispensable y no podía prescindir de ti ni siquiera un día. Te sentía en lo más profundo de mí, como ahora mismo...

Contigo, mi amor, voy a todos los lugares del Planeta. Nunca te opones a nada. Incluso, algunas veces, pecas de sumisión. Y, a tu lado, sé encontrar muchos momentos mágicos e inolvidables.

Recuerdo los veranos de las prolongadas vacaciones escolares. Nuestros encuentros se producían en la dorada arena de la playa, oteando la belleza del horizonte en el ocaso del día. Las sillas, las sombrillas y las hamacas quedaban huérfanas. La playa parecía un desierto inmenso. Entonces, junto a ti, mi amor, llegaban mis momentos de máximo disfrute en los que disponía de todo mi tiempo para ti... No sólo para acariciarte, sino para, al unísono, contemplar los acantilados más próximos y observar con detenimiento cómo el azul se desbarataba en espumarajos efervescentes, cómo las rocas desguazaban el mar en jirones de seda blanca...

Poco después, mientras te seguía sintiendo, me quedaba embelesado contemplando puestas de sol de postal, donde el crepúsculo se teñía de rojos-púrpuras inverosímiles, entremezclados con anaranjados, amarillos...

Durante los meses de primavera y verano, también solemos pasar días de ensueño, lejos de la mar, en pleno monte, aspirando el perfume con el que nos obsequian las múltiples flores silvestres, y observando la belleza del aleteo de un sinfín de mariposas multicolores... Lo único negativo de ir al campo contigo, mi amor, es que suelo acabar agotado, sudando la gota gorda; porque te has acostumbrado a que te mime en demasía, a que te lleve a hombros y, aunque puede parecerlo, no eres tan liviana... Una vez que llegamos a la cascada, nos solemos tumbar un rato sobre el césped para escuchar la risa de las gotas de las aguas deslizándose bajo sus ritmos entrelazados, y admirar sus aguas burbujeantes, apercibiéndonos de los cantos rodados brillando y de las frescas plantas verdes de los alrededores, sintiéndonos invadidos por una sensación de inmensa felicidad. Luego, me veo recompensando sobradamente contigo, en todos los sentidos... Ya que tú, al ser mi fuente de inspiración, propicias que te cante al son de acordes aún no inventados. Y con la relajante guinda compuesta por el repertorio de los trinos de los pajarillos, haces que culminemos hasta la plenitud, convertida en bellas composiciones melódicas en medio del bucólico entorno de la naturaleza.

Por la noche, con la luz de la mesilla como única testigo; las estrellas, luciendo en el cielo; y la luna llena, iluminando la ciudad; nos vamos a reencontrar en un recogimiento místico, amiga del alma. Porque tu cariñosa presencia me hace sentirme en otra dimensión... Después, dormiré, porque ya sabes que sólo duermo si estás a mi lado; no existiendo la soledad cuando te tengo cerca. Serás mi amor hasta el final de mis días...
Ya sabes que en los días de crudo invierno en que se desatan relámpagos, truenos y granizo, me inunda la melancolía. Y si, a lo mejor, como consecuencia de mi estado anímico alicaído, bebo alguna copa de más, nunca te enojas, jamás me reprendes..., porque sabes que siempre me tendrás obsesionado. Tú eres como una tabla de salvación, en la que hallo refugio y cobijo, mi amor. Y ahora, que cada vez se prodigan las rupturas y divorcios, a ti, mi amante constante, sí te diría bien alto y sin miedo un: “¡sí quiero!” para toda la vida, con la convicción y certeza de no equivocarme.

Hasta luego, mis entrañables voces de la escala musical: ¡do!, ¡re!, ¡mi!, ¡fa!, ¡sol!, ¡la!, ¡si!, ¡do!..., mi inseparable instrumento de seis cuerdas, mi queridísima GUITARRA.

ALBERTO

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