Ya han pasado tres días. No puedo moverme. Mi voz ya no grita; sólo soy capaz de pensar. Escucho tenuemente tu sollozo lejano. Con los dedos de mis manos cuento una y otra vez hasta diez para conservar la conciencia. Deseo fijar esos diez recuerdos que consigan mantenerme vivo; asaltan mi mente en una extraña sinfonía en blanco y negro que invade mis sentidos:
Uno: Los manchones de tinta negra en mis manos, de la pluma con la que cada día te escribía cartitas de amor desde el pupitre de la última fila.
Dos: El contoneo de tus caderas, con la blanca cesta de mimbre en el brazo, camino del mercado de la fruta.
Tres: La orquídea en tu pelo negro, y el camisón de gasa que dejaba entrever tu impresionante figura.
Cuatro: La inocencia virginal de tu alma cuando hicimos el amor por primera vez.
Cinco: Las teclas del piano del viejo hotel de Puerto Príncipe, que oíamos desde la playa mientras nos bañábamos desnudos.
Seis: Las pequeñas lentejuelas de tu vestido de novia, que te transformaban en una Diosa de piel negra.
Siete: La almohada impregnada de tu perfume de jazmines.
Ocho: La cazuela de arroz con coco que preparabas cada domingo en la cocina de carbón del patio.
Nueve: Tus lágrimas de felicidad y mi suspiro de alivio cuando escuchamos el llanto primero de nuestra hija Blanca.
Diez: La sincera promesa de no abandonarme nunca que me hiciste dos días antes del terremoto.
Dejo de escuchar tus lamentos, querida esposa. El silencio me traspasa y hiela mis huesos. Cierro los ojos para encontrarme contigo y te imagino tendiéndome la mano con nuestra hija en el regazo… Uno, dos, tres…Dejo de contar.
SELINA
0 comentarios:
Publicar un comentario